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domingo, 4 de agosto de 2019

Un poema a las 6 de la mañana



 
Podría cantar la desalquilada vigilia de las prostitutas,
el motín callejero de los gorriones en la urbe,
de mis manos inválidas, de mis pies doloridos.
Pero el canto de un gallo
que abre la mañana con los dedos de un ángel sin aureola,
suena en mi corazón —íntimamente—
y en mi sangre
alza su tono de armónica meridional
para recordarme que soy un hombre huérfano en mi ciudad.
Mi ciudad: la de las grandes riquezas y las grandes miserias.
La de los grandes chantajistas de guantes color patito:
Gerentes de banco. Presidentes de asociaciones patrióticas.
Directores de grandes rotativos. Críticos de Arte. Periodistas.
Urruchúa los pintaría con una ganzúa en los labios
y el alma junto a tu voz que enrula un tango de Filiberto.
Sé que me querrías si te hablara de amor,
aunque te desangres diez horas en una fábrica de tejidos
y sufres el asedio de un gerente mulato
—oblicuo como la sombra de una pared a media noche—
Porque tú necesitas un hombre, amiga, y yo necesito una mujer.

José Portogalo

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