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martes, 6 de agosto de 2019

Sabiduría


Sabiduría

Señor, yo quiero ser un sabio,
espíritu celeste
iluminado
por la paz,
por la unión con el Todo,
digamos como Raimundo Lulio,
Alberto el Grande, Djabín ibn Hayán,
Teofrast Bombast von Hohenheim,
o el mismo Descartes sin ir más lejos
que era un Rosacruz
y poseía un montón de poderes secretos,
como lo sabe cualquiera
que eche una ojeada al rotograbado de la Prensa
los domingos.

Señor, Señor, yo necesito ser un sabio,
especialmente a la mañana
cuando estoy esperando el colectivo
y tengo una tremenda cara de facineroso
debido al sueño (se supone)
al relativo madrugón
y a la última trifulca con mi mujer
que, pobrecilla,
ha tomado un carácter un tanto avinagrado.

Señor, yo necesito desprenderme
de esta mísera materia
Y elevarme a las regiones de la Luz,
por ejemplo cuando el jefe opina sobre el cosmos,
sobre la policía,
sobre la subversión,
o sobre el arte universal,
y a mí me sube ese furor selvático,
y empiezo a ejecutar una danza caníbal,
y añoro dulcemente
mi vieja hacha de sílex,
tan manuable.

Señor, yo necesito,
pero de veras necesito ser un sabio,
especialmente cuando llego a casa
con un hambre de lobo y un cansancio,
y ya se fue otro día,
y me digo hasta cuándo,
y no le aguanto un pelo
a Dios
ni a Teofras von qué sé yo qué,
y puteo,
puteo interminablemente
hasta que me desplomo,
y duermo como un tronco,
realmente
sin purificar mi espíritu para nada.

Humberto Costantini, del libro Cuestiones con la vida.



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