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miércoles, 14 de abril de 2021

Zambullida

 


Cuento de Luis Fernando Verissimo

Anotaciones para una historia fantástica.

Un hombre encuentra, de repente, en la calle, a un amigo que no veía hacía veinte años. ¡Daniel! ¿Pero, cómo? ¡Cuánto tiempo hace! ¿Me quiero morir! Etc.

—¿Estuviste viendo a tu vieja barra?

—¿Cómo? La veo todos los días. Ahora mismo me voy yendo al bar.

—¿Cómo, “al bar”?

—Al bar. Ahora.

—¿Vos querés decir… nuestro bar?

—Claro. El mismo bar de siempre —dice Daniel.

—Pero, ¿sigue estando allá?

—Continúa en el mismo lugar.

Y Daniel propone:

—¿Por qué no te venís conmigo? Para volver a ver a la barra, digo.

El hombre va. En el viejo bar, que él pensaba que no existía más y que continúa igual que como era antes, encuentra otras personas a las que no veía hacía veinte años. ¡Es increíble! Está toda la barra ahí. Como si el tiempo no hubiese pasado.

El Flaco, el Pato, el Ratón, la Verinha.

Y la Gloria.

—¡Gloria! Vos no cambiaste nada.

—¿Y cómo es eso?

—No, que estás linda como siempre.

Él se sienta a la mesa con la barra —la misma mesa de siempre— y la charla va lejos. Recuerdan los viejos tiempos. Los otros hacen chanzas con él y con la Gloria.

—¿Ustedes dos, eh?

—Todo el mundo pensaba que ustedes se iban a casar.

Todos ríen. Cuando quedan serios, el hombre pregunta:

—¿Vos te casaste, Gloria?

—No.

—¿Viste, vos? —dice el Flaco—.  Se quedó esperando.

Más risas. Cómo me gustaba esa barra, piensa él. ¿Por qué nos separamos? ¡Y cómo me gustaba Gloria! ¿Por qué cosa eso no se concretó?

Cuando se despiden, tarde a la noche, él combina con el Daniel un encuentro para el día siguiente. Irán juntos para el bar. No hay por qué no retornar al antiguo hábito. Al final de la tarde, reunido con la barra en el bar.

Aquella  noche, en su casa, él le cuenta a su mujer del encuentro con sus viejos amigos. El Daniel, el Flaco, el Pato, el Ratón, la Verinha. Sólo no le cuenta de Gloria. Más tarde, en la cama, sin lograr dormir, se quedó pensando, y sonriendo. ¡Parece mentira! Era como, al encontrarme al Daniel, él se hubiera dado una zambullida en el pasado. Como si…

Y entonces se acuerda

El Daniel ya murió.

Claro que ya murió. Hace unos quince años. Él fue a su entierro. Abrazó a la viuda, todo. No tiene ninguna duda. El Daniel ya murió.

El hombre se queda sin dormir, pensado qué hacer. En el día siguiente, antes de ir al encuentro, pasa por el bar. Ahora es un videoshop. Él pregunta qué fin tuvo el bar. Es informado de que hace diez años que ya no existe más el bar en aquel local.

Pero el hombre va al encuentro con Daniel, que está en el lugar acordado, sonriente. El hombre, con el corazón disparado, comienza a preguntar:

—Daniel, aclárame una duda…

Pero se detiene, no sabiendo cómo continuar. ¿Preguntar qué cosa? ¿Vos no te moriste, no? No lo tomés a mal, pero, ¿vos no sos un fantasma? ¿Yo estoy loco? ¿Todo esto es una alucinación?

—¿Sí? —dice Daniel, esperando la pregunta.

—Nada, nada —dice el hombre—. Vamos para el bar.

En el bar está toda la barra. Inclusive la Gloria, que pregunta:

—Y vos, ¿te casaste o no?

—¿Hace alguna diferencia?

—No.

Él se divierte mucho con la vieja barra. A la salida, antes de combinar otro encuentro para el día siguiente, el Daniel quiere saber:

—¿Qué era lo que vos querías preguntarme cuando nos encontramos hoy?

—¿Yo? ¿Sabés que no me acuerdo más?

Ciertas cosas, piensa el hombre, yendo para su casa casi bailando, con el corazón leve, es mejor no investigarlas demasiado.